lunes, 22 de abril de 2013

Pasión


Isabel Allende dice en su libro "Amor" que la mayoría de sus historias  de amor pasional o sensual, son producto de su imaginación, de aquello que le gustaría vivir o que imaginó en sus más tiernos años sobre el sexo con y sin amor.

Entonces supe que para escribir no se necesita siempre contar la verdad, sino también contar lo anhelado, lo largamente deseado ó lo minuciosamente construido en la maravilla de la mente, a fuerza de crearnos mundos paralelos donde nuestros alter-egos dejan de ser tales y se materializan provocando un deleite ante quienes leen nuestros relatos.

Es así también que comencé a hilar uno a uno y con paciencia infinita, los momentos de pasión que he vivido hasta el día de hoy, pasión desde la palabra dicha en voz alta con suspiros entrecortados, sintiendo calores ardiendo en distintas partes de mi cuerpo o en todo él a la vez, la pasión de estar realizando lo deseado, la que se desata cuando un hombre con caricias y besos va avisando que el momento ha llegado, desnudez envuelta en besos, en piel que envuelve y que se convierte en un sudor dulce y salado.

Recuerdo el día en que  D.  y yo estuvimos juntos por primera vez, yo ardía en una fiebre transformada en besos, en roces acelerados y ostentosos contra su cuerpo; aún puedo ver la habitación que daba al risco que su abuela tenía por patio trasero, el gran tetragrama ton impreso en la pared de la cabecera, el baño diminuto con las baldosas sueltas en el espacio entre la regadera y el servicio; los montones de luz negra de tarde nublada invadiendo el espacio -siempre me he sentido mejor en la oscuridad, tiene algo de paz que me llama y me inspira- comencé besándolo con la euforia que sólo una niña de quince años puede poseer, luego me levanté y me dirigí al baño de las baldosas flojas, me miré en el espejo, mis ojos tenían una luz espectacular, podría decirse que en cualquier momento estallarían en pequeños destellos blancos; luego miré mis mejillas, llevaban un rubor encendido, disfruté de aquella imagen que me devolvía el espejo, me lavé las manos, y con un cuidado tembloroso desabotoné mi blusa y me la quité, le siguió la falda, las calcetas y los tenis; miré nuevamente la imagen que me regalaba el espejo, ahí estaba yo convencida de mi amor por él, de la devoción que le proferí desde aquel día afuera del cine cuando me abrazó y estuvimos así largo rato mientras yo contemplaba nuestro reflejo en una vidriera polvosa. Meses después ahí estaba yo, casi desnuda, casi con miedo, casi con ansias, recordé su aliento, sus besos, su sexo inquietante de enamorado, recordé mi sentir, ese apenas calor en mi vientre; salí por fin del baño de las baldosas flojas y volví a su lado...