viernes, 29 de octubre de 2010

Segunda catarsis para superar el miedo

Ayer, después de haber tenido un día agitado, árido y desangelado; me dirigía a casa de un amigo, la idea era terminar el día de manera hermosa a propósito, para no seguir sintiendo que el corazón se me escapaba; quizá sea mejor decir, el alma.

Jamás me ha gustado salir a la calle cuando llega la noche; las pesadillas más terribles de toda mi vida se desarrollan en escenarios oscuros, y los momentos que más terror me causan de la infancia ocurrieron de noche.
Ayer, debido a que la situación lo ameritaba, salí de noche. Una vez que abandoné mi territorio -una avenida que transito todo el tiempo- decidí que para sentirme más segura (pues ya iba sudando frío debido a mi semi paranoia) tomaría un taxi, que además me depositaría en mi destino a la hora acordada; y así lo hice.

Todo se volvió aún más oscuro en sólo un segundo, no sé en qué punto perdí de vista la avenida; sólo recuerdo calles oscuras y casas que lucían deshabitadas, mucha gente, muchas sombras...

(...)

Antes de decir una palabra, disqué el número de mi amigo en el celular; entonces sin adivinar si contestaría -más tarde supe que no hubo respuesta- comencé a hablar, a decir palabras que nunca se conectaron con mi cabeza, ni antes, ni después de salir.

- ¡No te muevas,  cállate y nada te pasará!

Entonces lo vi, su sonrisa, lo que dijo cuando lo dejé donde su abuela. -¡Te voy a extrañar!

Tiré mi bolsa, sin hablar, la mirada fija en el fondo, rogando a Dios que no me abandonara, que todo acabara pronto.

(...)

Me escuchó.